Nunca había hecho un alto en el camino y pensarlo, siempre hay un tiempo y un lugar para todo, aun así, hay cosas que se nos escapan de las manos, es difícil acapararlo todo, complicado observar desde fuera lo que tenemos dentro y nunca me había cuestionado ese gesto que involuntaria y mecánicamente no dejamos de hacer.
Me acurruco en algún rincón lejos de cualquier mirada que detecte mi presencia, escondido de todo y de todos, en un intento de sobre volar mis adyacentes, es ahí cuando trato de sumar cada parpadeo, cada movimiento acelerado, cada perdida momentánea que mi cerebro se acostumbro a tener.
Me pregunto cuantos pueden ser en un minuto, en una hora, en un día, en una semana... y no puedo dejar de pensar en cuanto tiempo desperdiciado, cuanto tiempo perdido, cuanta luz desaprovechada en cada uno de mis parpadeos, sin poder vislumbrar el todo por el todo de cuanto me rodea.
Se que para eso están los otros sentidos, para compensar los deslices de otros, pero aun así, no me convencen sus idas y venidas, que no hacen sino alimentar la existencia de esos lapsus de tiempo que pierde la mirada, desperdiciando gran parte del devenir de la vida.
Somos vulnerables, pero sabemos encauzar las deficiencias y sostener vivo cada recuerdo, cada gesto, cada instante en el que nos sentimos especiales y no habrá suficientes parpadeos para hacernos perder ni una pizca de aquello que deseamos, de aquello por lo que seguimos adelante...