CUENTO DE NAVIDAD

Abrió sus ojos esa mañana y lo primero en ver fue la sonrisa de su madre, no había ido a despertarle, simplemente se la encontró observandolo. La costumbre de levantarse temprano para ir al colegio,había conseguido hacerle coincidir con aquella sonrisa que tanto le gustaba y le hacia sentir tan seguro, ese brillo reconfortante que no siempre tenia tiempo de disfrutar. Dándole un abrazo, se levanto y como hacia en los últimos días, lo primero fue dirigirse al salón, a ver nuevamente todas las guirnaldas y bolas de colores que junto a su hermano, habían colocado y engalanado en aquel viejo árbol artificial que parecía de la familia, por los años que llevaba en la casa. No podía evitar el disfrutar de sus brillos, de hacer girar sus bolas, convirtiéndose en visita obligada todas las mañanas.

Estaba de vacaciones, otro motivo mas que añadir a esa felicidad que solo los niños son capaces de exteriorizar con una simple mirada. Se le veía feliz, chirivitas en los ojos, apurando cada minuto de aquel tiempo vacacional dedicado a sus amigos, con los que compartía juegos en la calle, mas de lo habitual, no en vano la niñez es para disfrutarla, confirmando en suscribir a su favor, el suficiente alboroto y algarabía que le hacían sentirse bien. Entre juegos y amigos pasaban los días, recreando la imaginación con aquello que tenían a mano,sin importarle su valor en el mercado y si, la diversión que podía proporcionar, hacían trucos de magia, alimentando historias y viviéndolas generosamente, sin intención de propinar a la desidia con ninguna migaja. Comenzaba esa dimensión por dejar de ser plana, convirtiéndose poco a poco, en tridimensional, no eran unas vacaciones normales, como podrían haber sido las anteriores. Los mayores trabajaban igual que siempre, hacia frío, no demasiado, no se podía olvidar que estaban a final de Diciembre, pero había algo que distinguía estás, de las demás, y conforme pasaban los días, presentía mar de cerca, que nunca nada, volvería a ser igual. Sus colores empezaban a duplicar los tonos de su vida, adhiriéndose de cada centímetro que giraba a su alrededor, su memoria estaba creciendo. Bajando las escaleras hacia el portal, no pudo por menos que sorprenderse, por aquel iracundo vecino, parecía resultar mas sociable e incluso, saludaba con gestos amigables, repletos de buenos deseos, tan inusuales como el mismo. Algo no funcionaba, las perspectivas vapuleaba su entorno y mientras se alejaba, lo miraba de reojo, sin dejar de pensar que alguien le había dado la vuelta del revés, como si fuese un calcetín, convirtiéndolo en una persona totalmente distinta, que además parecía sociable, cuando tenia fama del mas gruñón, en el pequeño edificio donde vivía.
Le gustaba salir a la calle, el aroma a castañas asadas, envueltas en papel de periódico le hizo olvidar pronto a su vecino, no paraba de recrearse con ese aroma de pestiños calientes, de turrón de fruta, de mantecados y polvorones, de panaderías y pastelerías que alimentaban con tan solo pasar por sus puertas. Sus sentidos parecían dispararse, trabajaban mas deprisa que nunca. Se deleitaba con aquellas luces de colores, iluminando con formas caprichosas, dando ese aspecto extraordinario a la ciudad que tanto le gustaba. No era extraño escuchar villancicos de fondo, configurando la entonación perfecta y melódica al continuo movimiento de sus habitantes. Sus calles se saturaban por las prisas, escoltadas por las risas de los que iban y venían, el alboroto era cálido y aun así jugaba con el vaho entre sus labios, imitando al cigarrillo de su padre. Tras la bufanda y sus guantes de lana, todo parecía diferente y no podía dejar de pensar en cuanto le gustaba todo aquello. Cada inspiración le traía nuevos olores, nuevos sabores, que ni recordaba. Todo volvía a representarse ante él, con la novedad de la inocencia. Le resultaba curioso ver como la gente cargada bolsas de vivos colores, corriendo de un lado para otro, saludando y multiplicando sonrisas por doquier, apretones de manos, abrazos, besos... alegría inusitada que había vivido otras veces, pero nunca fijo en demasía su atención, siempre acababa perdiéndose en los escaparates, cargados de juguetes, que hacían sus delicias, dejando volar su imaginación, y para él, aquello , siempre había sido mas que suficiente.
Sus grandes ojos de niño, se habrían a la inconmensurable proporción que le rodeaba, empezaba a construir la percepción de lo que palpaban sus sentidos, a integrar su inmadurez, dentro del engranaje que le tocaba vivir, donde nada parecía ser como siempre, despertando a la vida, a los sentimientos , aquellos que todo el mundo se olvida de esconder en épocas como estas, siendo tal cual. Esto no es el Cuento de Navidad de Dickens , pero si la primera Navidad implantada en la memoria de mis recuerdos, donde ser niño era sinónimo de Felicidad.
Una Felicidad transportada en el tiempo, desde algún lugar, que por dejar de ser niños, aun en la madurez, no debiéramos olvidar nunca, y aun menos dejar de extenderla a todos los que ahora, son niños, ejecutandola en todos los días del año.

Desde el niño que vive en mi interior, a todos...


FELIZ NAVIDAD...