pd:
Y por un segundo…
te tengo.
Pero abro los ojos…
y todo desaparece,
solo queda el vacío.
A veces… el alma solo pide un poco de tregua.
Sin necesidad de respuestas ni explicaciones. Solo un poco de silencio. Respirar, sin tanto ruido girando a mi alrededor. Encontrar un rincón donde poder rendirme, sin tener que buscar culpables y sin la obligación de resistir.
Hoy me pesan los días. Me pesa esta armadura que ya no sé si me protege o me encierra, y que, muchas veces, cuesta tanto quitarme. Hay momentos en los que solo quiero decirme, bajito... —Está bien no poder con todo—
Levantarme sin prisas, dejarme envolver por la quietud mientras cicatrizan las heridas. Darme una nueva oportunidad… incluso sin necesidad de merecerla.
Y si hoy las sombras merodean mis esquinas, que el silencio me cobije, que el tiempo no me exija, y que la vida —aunque sea en susurros— me confirme que aún estoy a tiempo.
Pd:
Porque a veces, respirar…
también es una forma de continuar.
Sé muy bien cuándo empezó, aunque me guste fingir que no. El silencio no cayó de golpe, se fue colando a sorbos, como esas rutinas que un día parecen inocentes y al siguiente te ocupan la casa entera.
Y yo... yo lo dejé quedarse, lo alimenté sin querer, creyendo que me cuidaba. Me acostumbré a no pedir, a no decir, a soñar bajito, por si alguien escuchaba.
Fui doblando mis deseos hasta que cupieron en el cajón de lo aceptable, y cuando ya no entraron, los llamé “precarios”, para no admitir que eran míos.
Desde afuera, todo se veía en orden. Pero por dentro, las palabras se amontonaban, se agitaban, golpeaban, como olas buscando salida. Y yo… yo callaba.
Un día cualquiera, sin drama, me descubrí vistiendo de azul el fin de todo. Azul, porque yo siempre he sido más de matices que de extremos, más de despedidas lentas que de portazos.
Y entonces, dejé que salieran, las palabras, los gritos. Dando rienda suelta a todo.y girando a mi alrededor dejé que cruzaran el miedo, que atravesaran los escenarios que yo mismo levanté e inventé y que ahora temblaban conmigo.
Lloré sin lágrimas, acorralado por la impotencia, pero respiré como si el aire volviera a saber a mí.
Y ahí, justo ahí, entendí que mis pies seguían tocando el suelo.
Y yo —aunque distinto, aunque más roto, aunque más yo que nunca— también.
Pd:
No siempre nos rompemos de golpe,
poco a poco es el silencio
el que va agriteando los huecos,
hasta que un día entiendes
que callar no siempre
es la mejor opción.
A veces contarlo...
es el verdadero alivio.
Pensamientos pretorianos aterrizan en la azotea, vigías de una mente en vela, rumores de una guerra íntima.
Vientos huracanados desempolvan la fricción latente, rozando la herida sin nombre que enciende el conflicto dormido.
La noche primaveral asiste, con su inventario de promesas, la luna, cómplice y callada, emite señales de humo y sortilegio.
Bajo la almohada se cuecen juegos involuntarios, caprichos que el cuerpo esconde en su teatro nocturno.
Cínica habilidad, la de menospreciar las alturas, soñando con alas para estrellarse igual, una y otra vez.
El deseo se enrosca, se acurruca en las espaldas del sueño, remolino suave y cruel, de un final que no tiene orillas.
Y aún así —
vuelan...
Posiblemente sea inútil escribir
cuando las palabras pesan,
cuando aquello que quiero decirte
no hace más que caer
en el vacío de los versos.
Versos que
se rompen por el peso
de
sentimientos demasiado grandes
para contenerlos, como hojas
llevadas
por el viento, frágiles
ante la inmensidad del cielo.
No tengo
flores; las heladas
se llevaron cada pétalo,
pero desde esa tierra desnuda
brota la
tenacidad de un nuevo
comienzo al amanecer.
Aprender a perder es el desafío más duro,
sabiendo
que no eres mía,
aunque nunca lo fuiste,
y el silencio de tu ausencia llena
las habitaciones de sombras.
Los
bares son refugios temporales,
donde los corazones heridos
buscan
consuelo, y entre vasos
medio
llenos, el tintineo de los brindis
es la
risa del bálsamo efímero.
Te
recuerdo en cada replique de copas,
y te olvido con cada amanecer,
en este ciclo perpetuo donde la esperanza
y el olvido se entrelazan en quejidos de
un corazón compungido.
Vivo girando a mi alrededor, entre locuras,
la propia y la del mundo que me rodea,
encontrando en cada día un desafío,
y en
cada noche, una lección con la que
intentar llegar a un nuevo amanecer.
En momentos de lucidez,
y en las muchas veces que tropiezo,
y en las muchas otras que me levanto,
una voz interna susurra:
" Confía en la
luz que reside en tu interior”
pd:
Confía en la luz que reside en tu interior...