El destino, a veces caprichoso y otras juguetón, despliega su mejor jugada precisamente cuando menos te lo esperas.
Solo era una triste figura sin rumbo, pegado aún a la sombra del desconsuelo de la noche anterior y mis pasos, casi automáticos, me llevaron sin darme apenas cuenta, hasta aquella cafetería.
El bullicio cotidiano intentaba imponer su ritmo: girando a mi alrededor el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las tazas, el vapor que escapaba de la máquina de café o el aroma dulce que flotaba en el aire se hacía dueño del lugar.
Pero, para mi sorpresa y entre todo ese movimiento, te encontré. Estabas sentada, junto a la ventana, tu silueta me resultaba familiar recortada a contra la luz por el ventanal.
Mi corazón, que creía adormecido por la inercia, despertó de golpe, latiendo con una inusitada rapidez, amenazando con desbocarse. Mis pensamientos atropellados, buscaban la mejor forma de acercarme a ti, de romper el hechizo que tu sola presencia creaba. Dudé un instante, pero mis pies se movían por sí solos, abriéndose paso entre las mesas.
Tus ojos, que se habían mantenido ajenos a mi llegada, de pronto se encontraron con los míos. Y fue entonces cuando, simplemente, sonreíste. Fue una sonrisa suave, casi imperceptible, pero lo suficientemente potente como para detener el mundo entero.
Las voces se silenciaron, los ruidos se apagaron; todo se hizo más pequeño, más íntimo, un refugio solo para nosotros dos en medio del caos.
—¿Te importa si me siento? —pregunté, mi voz apenas era un susurro que temía romper la magia del instante y desatar el sueño.
—Claro —dijiste, y tu palabra sonó tan natural, tan obvia, como si aquel espacio vacío frente a ti hubiese estado siempre reservado para mí, esperando mi llegada.
Apenas hablamos, sí, pero no hacía falta. Las palabras carecían de importancia en ese instante. Poco importaba el tiempo que había pasado, los lugares que había recorrido buscándote en vano, las noches de desesperación. Todo se disolvía en la certeza de tus ojos.
Nos miramos como quienes encuentran respuestas en el alma del otro, sin necesidad de explicaciones. Era el inicio de algo que jamás hubiésemos planeado, un nuevo capítulo escrito por el destino, donde el silencio era la promesa más ruidosa.
Pd:
Y sin decir apenas nada,
nos lo dijimos prácticamente todo...

