Un año más la Navidad vuelve sin llamar, sin pedir permiso. Se instala despacio, casi de puntillas, y me encuentra de nuevo: algo distinto, pero no distante.
Sentado frente al fuego la escucho llegar. Ya no viene como antaño, envuelta solo en asombro; ahora trae memoria. Un equipaje cargado de nombres, de ausencias que saben sentarse cerca sin hacer ruido, de recuerdos que brillan más que cualquier adorno.
La Navidad ya no intenta prometerme nada; se limita a recordarme quién fui y quién sigo siendo cuando el silencio se aposenta girando a mi alrededor y, sin ruido, habla.
La contemplo mientras arden las llamas en la hoguera y sigo creyendo en ella como cuando era un niño, cuando se quita el disfraz del exceso y se queda en lo esencial: en una mirada que no necesita explicación, en un gesto pequeño que llega antes que las palabras. Hay una belleza sencilla en el frío que enrojece la piel, en el olor de unas castañas asadas, en las calles donde algunos caminan deprisa y otros se detienen sin saber muy bien por qué.
Tal vez eso sea la Navidad: un paréntesis donde la humanidad, no como conjunto, sino como sentimiento, se atreve a salir sin protección.
Es difícil ignorar la tristeza, porque la conozco. Me acompaña y comparte el calor cuando se sienta conmigo frente a la hoguera. No la escondo, pero tampoco le cedo el mando. La noto en los huesos y en los huecos, en las sillas que pesan más cuando están vacías, en las canciones que regresan sin ser llamadas.
Aun así, aprendo a convivir con ella, a dejarle el espacio que le corresponde: una luz discreta para que no apague todo lo demás.
Me gusta pensar que la Navidad se equivoca de fechas a propósito. Que no entiende de calendarios ni de finales. Que aparece cuando compartimos sin calcular, cuando perdonamos sin discursos, cuando damos sin esperar nada a cambio.
Ojalá nunca se marchara del todo. Ojalá supiéramos invocarla en cualquier día cansado que necesite de su luz, en cualquier mes. Porque cuando eso ocurre, aunque no haya luces ni villancicos, algo muy parecido a la Navidad vuelve a suceder y, si lo logro, aunque sea a ratos y en silencio, será entonces cuando la Navidad siga encontrándome, como cada año, sin llamar.
P.D.:
Que la Navidad nos encuentre, aunque sea en silencio.
¡UNA FELIZ NAVIDAD!


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