Pensamientos pretorianos aterrizan en la azotea, vigías de una mente en vela, rumores de una guerra íntima.
Vientos huracanados desempolvan la fricción latente, rozando la herida sin nombre que enciende el conflicto dormido.
La noche primaveral asiste, con su inventario de promesas, la luna, cómplice y callada, emite señales de humo y sortilegio.
Bajo la almohada se cuecen juegos involuntarios, caprichos que el cuerpo esconde en su teatro nocturno.
Cínica habilidad, la de menospreciar las alturas, soñando con alas para estrellarse igual, una y otra vez.
El deseo se enrosca, se acurruca en las espaldas del sueño, remolino suave y cruel, de un final que no tiene orillas.
Y aún así —
vuelan...