Sin darnos cuenta tendemos a justificar los instantes y nos cuesta comprender que amar la vida y sonreírle, no es sino la facultad de querer más por el más, convertidos en viajeros de un tren sin retorno, del viaje intrépido hacia ningún lugar conocido...
En cada estación del trayecto, seguimos encontrándonos con pequeñas maravillas, que si las mimamos, acabarán nutriendo el alma y avivando nuestro espíritu.
¿Por qué entonces, no podemos compartir sonrisas con extraños?
Seguro que pueden acabar convirtiéndose en amigos, manteniendo conversaciones profundas bajo la tenue luz del atardecer o de los silencios que cuentan más de lo que callan.
Cada momento, cada respiro, se transforma
en otra página de una historia sin fin, donde los personajes principales somos
nosotros, moldeando nuestro destino con cada elección y en cada acto de
valentía intentando conseguir la felicidad.
El tren avanza, indiferente al paso del tiempo, llevándonos por paisajes de ensueño, también por desiertos de incertidumbre, pero en esta travesía, aprendemos que no es el destino final lo que define nuestra existencia, sino el viaje en sí, con sus altibajos, sus alegrías y sus penas.
La verdadera riqueza reside en la capacidad
de abrazar cada instante con gratitud, la de encontrar la belleza en lo
efímero, sin dejar de luchar para seguir adelante, siempre adelante, con la
certeza de que cada día es una nueva oportunidad para vivir plenamente y amar
sin reservas.
PD:
Muchas veces nos complicamos
la vida con demasiadas cosas
que no merecen la pena…
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