Puede parecernos un tópico, o un típico argumento de un libro de autoayuda americano, o tal vez ese acertijo que alguna vez hemos oído, que fue primero, si el huevo o la gallina, es obvio que salir del hoyo del pesimismo es hacer justo lo contrario, ser optimista.
El problema se presenta cuando queremos salir del círculo vicioso o simplemente queremos romperlo.
Encontrar el punto débil donde se rompe la esperanza, ese lugar exacto que teóricamente existe, pero que desgraciadamente, no aparece por ningún mapa conocido, resulta tan difícil de encontrar cuando las únicas coordenadas de las que disponemos es la latitud de nuestra desesperación, por algo que parece alargarse en demasía, algo a lo que no le encuentras el final, y la longitud de esa inmensa soledad que atraviesa el alma como los puñales que acaban dando el la diana por un mal lanzador de cuchillos.
Es complicado salir de la rueda de ese:
"Estoy triste."
"Ni quiero, ni tengo ganas de ir a ningún lado."
"Es imposible salir de esto."
"Por eso y por muchas cosas estoy triste."
Está claro que no queda otra, no queda otra que estar muy atento a cualquier resquicio favorable, cualquier cabo ardiendo que nos ofrezca esta vida loca, atentos a esa pequeña alegría que nos lleve a la conclusión de pensar que si, que es posible, que a pesar de todo, la vida sigue girando a nuestro alrededor.
Y sobre todo, que merece la pena romperse el alma para conseguir tan solo un pellizco de esa felicidad que algunos dicen haber visto de cerca, y que, por lo que sea, tanto se nos resiste...
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