Nunca he hablado de ti y, sin embargo, no he dejado de pensar en ti. Ya tienes nombre, te llamas David y, aunque me cueste imaginar tu llegada, estarás aquí en breve, revolucionando nuestro vivir. Bienaventurados somos esperándote, bienaventurados somos de recibir la alegría que representas, contagiados de tu existir.
No alcanzo a discernir tus facciones, tu mirada o tu nariz, pero no importa si bien has de venir. La algarabía de las estrellas se hace sentir, la luna prepara su cuna para mecer y permitir que en tus sueños puedas percibir el cariño de los que estamos aquí.
Esperando la buena nueva que siga haciéndonos sonreír, llorar o emocionar. Qué importa, si cada milímetro de nuestro vivir estará dedicado a ti.